Mensaje del General Juan D. Perón a los pueblos del mundo – 6 de julio de 1947

Dicho mensaje fue transmitido por radio en todo el mundo por más de 1000 emisoras

Ciudadanos del mundo, compatriotas:

Las fuerzas materiales y espirituales de Argentina se movilizan hoy para expresar ante el mundo la voluntad nacional de servir a la humanidad en sus anhelos de paz interna e internacional.

Nuestra voluntad y nuestro espíritu, nutriéndose en la historia de Argentina y de América, quieren tener un sentido de realización. Argentina desea colocarse, con el enorme despertar de ciudadanía, en la línea de ayuda que le sugiere el clamor universal. Aspira a contribuir con su esfuerzo a superar las dificultades artificiales creadas por el hombre, a concluir con las angustias de los desposeídos y asegurar que los sentimientos y la acción de nuestro país sirvan a las energías del bien para vencer las energías dominadas por el mal.

Sobre la oscuridad que ha querido envolver al humanismo, como una expresión del dominio de lo irracional, se nos aparece un clima purificado con la presencia de pueblos que quieren conjugar con las patrias libres del mundo y sin complicaciones, ni desórdenes , ni abusos el magnífico destino del hombre, utilizando su inteligencia, sus energías y sus brazos para que los campos y ciudades, los pueblos grandes y pequeños, los estados ricos o los sin recursos, puedan sumarse a la jornada brillante de la solidaridad universal y ratificar de manera trascendente la necesidad de que el mundo sea lugar de paz como único medio para construir valores permanentes y alcanzar la felicidad.

Argentina toma sobre sí la enorme responsabilidad de impulsar este pensamiento que mueve el alma ardiente de mejorar la humanidad, sin que le falte la decisión ni las energías para conjuntamente con otros pueblos cristalizado.

En Argentina, el trabajo está organizado y defendido; la política asegurada y consolidada por la verdad constitucional; la economía recuperada y sostenida por las manos del Estado, que es decir los mismo que defendida y elaborada por las manos del pueblo; la cultura, como medida de traducción de los sentimientos nativos, confundida con el sentimiento universal de las viejas culturas, y las doctrinas y los idearios sociales, como instrumentación de la mística que impulsa al hombre nuevo de América, afirman de manera decidida como anhelo legítimo el porqué de esta vocación para construir un mundo que excluya para siempre los signos de la cruda explotación, los de la destrucción y del odio, los de las condenables injusticias sociales.

Argentina y América toda quieren contribuir a la dignificación del hombre. Para ello, buscan confraternizar con el mundo sufriente. La bandera de esta cruzada es la de la solidaridad. Con ella trabajaremos apasionadamente, con eficacia creadora. Esta predestinación sublime de América, a la que concurre Argentina, debe ser en las horas difíciles de un mundo plagado de males un ponderable esfuerzo que devuelva al universo la magnificencia de su estupenda creación.

El proceso histórico nos demuestra que hay un ritmo de dificultades y que ese ritmo va acentuándose. El orden fue alterado por la guerra, la desorientación humana se fundó en la desinteligencia. Ante ello puede afirmarse que las herramientas para derrotar esas angustias deben ser la paz y el entendimiento. Utilizarlas para que las esperanzas de los hombres se identifiquen con estos principios, es la voluntad argentina puesta al servicio de la humanidad.

La paz internacional es el gran problema del hombre, tanto en nuestros días como en los del ayer. Los nobles entusiasmos de las deliberaciones internacionales y de las conferencias, y el no menos empeñoso trabajo de las Naciones Unidas, nos enseñan que la moral de los Estados ha condenado ya la agresión como sistema operativo de los hombres y que la paz debe ser la opinión universal y el gran estadio de la tranquilidad. Representamos una Patria que vive, desde su origen, los principios de la libertad. En la historia de la independencia de los Estados, es la nuestra la firme voluntad de ser independientes y libres, respetando la autodeterminación de los pueblos y creyendo que no podrá haber jamás diferendo de cualquier naturaleza que no encuentre en los caminos del derecho y de la justicia el cauce para que la civilización no fracase. De modo que, en primer lugar, sólo será posible la paz internacional cuando se haya alcanzado y consolidado la paz interna en todas las naciones del mundo. Y uno de los medios para lograr este objetivo consiste en el respeto de la libre voluntad de los pueblos.

Conocemos bien cuáles son las necesidades del mundo; debemos reemplazar la miseria por la abundancia sin incurrir en la confusión imperdonable de convertir en caridad la ayuda; debemos superar el error que muchas veces se manifiesta en el concurso parcial de las ayudas económicas para la conciencia universal no se endurezca por la acción del privilegio; y debemos, por fin, llevar al Viejo Continente, en particular, que sirvió para nutrir de cultura la vida del hemisferio nuevo, todo lo que nos han enseñado estos profundos ciclos y sacudimientos revolucionarios que, gestándose en la entraña de América y del mundo, sirvieron para despertar en la ciudadanía del continente mayores impulsos hacia nuevos destinos.

Las esperanzas continentales se refugian en esta tierra bendita de América y en esta tierra de Argentina para que tengan el valor realizable tantas esperanzas; y para que pueda medirse en prosperidad y seguridad el afán sin medida de esos Estados, Argentina está dispuesta a materializar su ayuda en los lineamientos de la concurrencia efectiva.

Es el deber sagrado de América el que impone esta directiva; es el espíritu de libertad argentino, real y profundo, el que nos indica este camino; son nuestros sentimientos y nuestras convicciones, por encima de lo imperfecto, los que buscan salvar al hombre de sus dolores. La política argentina ha sido, es y será siempre pacifista y generosa. Las generaciones, desde el día mismo en qué nació la Patria, así lo determinaron y el respeto inalterable por todas las soberanías nacionales, incluso las que forjara la espada luminosa de los arquetipos de la nacionalidad, ha sido una virtud inmodificable del espíritu argentino. La política de la República no ha tenido otros moldes que los trazados por el patriotismo imperecedero de sus héroes; y cuando hemos afirmado la existencia de la Patria, hemos afirmado su triunfo porque no puede haber patrias en el mundo que vivan derrotadas por la incomprensión, por las guerras o por la miseria.

Es demasiado duro el clima de la injusticia para condenar al hombre a vivir en él. La injusticia está en la alteración de todo lo que sirve para consolidar la altivez humana, trasformar sus anhelos y colmar sus esperanzas. Cuando se agitan las masas vivientes, persiguiendo ideales de tranquilidad social y económica, el mundo es el que se conmueve y el que percibe las proyecciones de esas agitaciones. Si debemos perfeccionar la vida, hemos de fortalecer la existencia de esos núcleos sociales haciendo que nuestros esfuerzos coincidan en el cooperativismo positivo y humano, sensible y protector.

No pueden ser los factores coexistentes en el mundo la miseria y la abundancia, la paz y la guerra. Queremos fundir en un solo haz de ensueños y realidades los anhelos de los hombres favorecidos por su destino con las esperanzas desgarradas de los hombres castigados por una fatalidad histórica. Queremos que las patrias y los hombres del mundo se fundan en un solo sentimiento de identidad que nos haga comprender a todos cuánto necesitamos unos de otros y que haga nacer esa correspondencia ideal para que el trabajo, el pensamiento libre y la construcción constante sean los derechos humanos que nos acerquen al progreso, a la civilización y a su estabilidad.

Siempre estuvimos al lado de las naciones sacudidas por sufrimientos, y volvemos a repetir los actos solidarios de ayer y de hoy en esta hora crucial del universo. Cuando el desconcierto y la confusión parecieran querer convertirse en los sistemas vigentes de la convivencia, deseamos otra vez volver a proclamar nuestra ayuda, a confiar en la evolución, a defender la justicia social, y otra vez le decimos al mundo, desde nuestro continente y desde las fronteras argentinas, que deseamos que haya paz, tranquilidad y trabajo sobre sus suelos, para que la posteridad comprenda que no fuimos insensibles, no ya a los reclamos de los países que sufren, sino a la comprensión de los problemas mundiales que existen.

Ésa es nuestra ejecutoria. Podríamos decir cuánto y cómo ha sido nuestra concurrencia, hasta dónde llegó nuestro impulso. No es menester que tal suceda para exaltar los méritos de Argentina y para aquilatar la responsabilidad de su conducta. Ha sido siempre tan fervorosa como sagrada la razón que nos llevó a cumplir con la más alta misión: la de la solidaridad. Por eso mismo, queremos hoy decirle al mundo que nuestra contribución a la paz interna e internacional consiste, además, en que nuestros recursos se suman a los planes mundiales de ayuda para permitir la rehabilitación moral y espiritual de Europa, para facilitar la rehabilitación material y económica de todos los pueblos sufrientes.

Estas palabras argentinas se pronuncian en horas evocativamente históricas, ya que estamos sobre el aniversario mismo de la inmortal Asamblea que alumbró la génesis de la patria. Tiene por ello una realidad sagrada y se incorporan a las aspiraciones, de los deberes patricios. Para cumplirlas necesitamos de las energías de todos los ciudadanos de la República, que vive en estos días brillantes su resurgimiento político y económico, social y cultural; su gran destino de Patria independiente y soberana.

La República Argentina espera, para cumplirlas, contar con las energías forjadoras de energías de nuestros trabajadores; con el talento de nuestros, cuadros directivos; con la fuerza de nuestro pueblo. Con el vigor de nuestro derecho estableceremos en el mundo el nuevo derecho a la existencia digna. Invocamos la protección del Altísimo, nuestra Constitución nacional y la memoria dé nuestros héroes, para realizar nuestros destinos, para traducir nuestros sentimientos, para impulsar la paz, como la buscamos y queremos, y efectivizar la ayuda que anunciamos. Los conceptos precedentes fijan líneas operativas generales: respeto integral de la soberanía de las naciones; ayuda económica a los países necesitados; conjunción de esfuerzos de las mujeres, hombres y niños de todos los pueblos del mundo en la organización de la paz permanente. Todo esto importa una labor coherente de la humanidad, en lo espiritual y en lo material, penetrada de un gran afán de realización que puede concretarse así:

1- Desarme espiritual de la humanidad. Para ello es necesario que los hombres, mujeres y niños pacifistas se organicen para trabajar por la paz de las naciones, en lo interno, y la paz del mundo, en lo internacional, procurando, entre otras cosas, hacer desaparecer la psicosis de la guerra que domina algunos millares de seres humanos y la desaparición de los bandos que se dividen y preparan para la guerra.

2- Un plan de acción tendiente a la concreción material del ideal pacifista en lo interno y externo. La labor para lograr la paz interior debe consistir en la anulación de los extremismos capitalistas y totalitarios, sean éstos de derecha o de izquierda, par tiendo de la base del desarrollo de una acción política, económica y social adecuados por el Estado y de una educación de los individuos encaminada a elevar la cultura social, dignificar el trabajo y humanizar el capital, y especialmente reemplazar los sistemas de lucha por el de colaboración. La labor para lograr la paz internacional debe realizarse sobre la base del abandono de ideologías antagónicas y la creación de una conciencia mundial de que el hombre está sobre los sistemas y las ideologías, no siendo por ello aceptable que se destruya la humanidad en holocausto de hegemonías de derecha o de izquierda.

3- El propósito de trabajar incansablemente por esta causa, con el convencimiento de que la guerra no constituirá una solución para el mundo, cualquiera sea el grupo social que logre sobrevivir a la hecatombe; porque la miseria, el dolor y la desesperación en que quedará sumida la humanidad castigará a todos por igual, y el caos apocalíptico sobrevendrá como corolario de los tremendos errores que hoy están cometiendo los hombres que preparan una lucha que significará la destrucción más espantosa que se haya conocido. Sólo salvará a la humanidad la paz constructiva, jamás la noche destructora de todos los valores materiales, espirituales y morales.”

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