LOS ULTIMOS DÍAS EN LA ARGENTINA

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A primera hora de la mañana del 20 de septiembre de 1955, el embajador paraguayo en la Argentina, doctor Juan Ramón Cháves fue sorprendido en su casa de Virrey Loreto 2474 con un llamado telefónico del doctor Rubén Stanley, primer secretario de la embajada, quien le comunicó que acababa de recibir en la sede diplomática (Viamonte 1851) al general Perón que solicitaba asilo político.

Era un día lluvioso y en la embajada no había todavía movimiento cuando el sereno de nombre Cornelio había acudido a la puerta y allí se había encontrado nada menos que con el Presidente de la República, el general Juan Domingo Perón.

Antes de que el embajador Cháves se hiciera presente en la calle Viamonte, ya el general se había instalado, recibido primeramente por el secretario Stanley y luego por el general Demetrio Cardozo, agregado militar de la representación diplomática, al que lo unía una relación de amistad, además de ser compadres; Perón era padrino de su hijo nacido un año atrás en la Argentina.

El doctor Chaves llevó en su propio auto al General hasta su residencia en Belgrano ya que la sede de la Embajada no le parecía segura. Una vez instalado en la casa del embajador, custodiada por la policía decidió que el lugar más seguro sería la cañonera “Paraguay” y hacia allí se dirigieron a las 11.00 de la mañana.

El secretario Stanley al volante del Cadillac con chapa diplomática color negro, transportaba al general Perón, el mayor Cialceta, el general Cardozo y al embajador Cháves en medio de un temporal. Tal era la lluvia que caía sobre la ciudad que, en la entrada del puerto, al atravesar una franja inundada, el auto se paró. Solicitaron ayuda a un colectivo que estaba parado en las inmediaciones que los remolcó hasta la cercanía de la dársena. Entraron a Puerto Nuevo, sorteando puestos de vigilancia hasta llegar a la cañonera. El comandante Cortese recibió al General con los honores militares ya que desde el año anterior, Perón ostentaba el grado de General del Ejército Paraguayo.

Mientras el embajador Cháves gestionaba los salvoconductos para el traslado del general Perón al Paraguay con grandes dificultades por no haberse designado autoridades del gobierno de facto en Cancillería, en medio de manifestaciones en las puertas de la embajada, habiendo sido amenazado

personalmente el comandante de la cañonera por un grupo de marinos argentinos enviados por Isaac Rojas, en un clima de terror, en general Perón pasaba sus días en la cañonera Paraguay, leyendo, escribiendo y compartiendo las horas con los miembros de la tripulación, controlado siempre por los buques King y Murature que navegaban en círculo a distancia prudencial.

La cañonera fue llevada aguas adentro y días después, llegó el cañonero Humaitá que se suponía, era el que iba a llevar al General hasta Asunción. El gobierno argentino se opuso al traslado por vía fluvial pensando que al navegar a lo largo del Paraná, podían levantarse guarniciones del litoral por lo que solicitaron que el viaje se hiciera por aire.

El gobierno de facto había nombrado a su canciller, el doctor Mario Amadeo quien era el encargado de garantizar la integridad y la vida del general Perón durante su partida al Paraguay.

El 3 de octubre a las 11.40 de la mañana llega desde Asunción y acuatiza el Catalina PBY-T29 al mando del capitán Leo Nowak. Desde la cañonera Paraguay sale un bote en el que van el embajador Cháves, el general Cardozo, el capitán de navío Barbita, el canciller argentino Mario Amadeo, el mayor Cialceta y el general Perón. El Catalina espera con los motores encendidos en medio del río, muy picado, y bajo una copiosa tormenta.

El general Perón recuerda:

Tomé ubicación en el hidroavión que bailaba impaciente sobre el lomo de las olas. El agua entraba en la cabina y embestía con violencia el puesto de los pilotos. Esperamos que el viento calmase algo. De repente sentí los motores bramar con furia sobre mi cabeza (…) el avión luchaba con la corriente sin poder despegar, parecía que estuviese pegado al agua. Seguimos flotando por dos kilómetros después de los cuales se levantó unos metros pero volvió a caer súbitamente y con violencia sobre el río encrespado. El piloto no se desanimó, volvió a intentar el despegue y a poco rozamos los mástiles de una nave y finalmente pudimos emprender viaje.”
Buenos Aires surgía de entre una cortina de niebla que más parecía de humo. Con los ojos comencé a recorrer la ciudad y, sin quererlo, me encontré señalando algunos edificios que reconocí de entre tantos que, como una selva, cubrían el centro de la ciudad.”
Dije hasta luego a la Argentina, no adiós”.

(Juan Perón, “Del poder al exilio”)

En estos días de septiembre que estamos transitando, hace ya 50 años, el general Perón dejó su patria y con ella a su pueblo que lo amaba y, por su decisión de elegir el tiempo en lugar de la sangre, pretendiendo proteger a sus descamisados que querían defenderlo con sus vidas, partió hacia un exilio que duraría casi 18 años, años fecundos de su vida en los que se vió privado de su lugar y de sus afectos.

El pueblo peronista, desde su partida, luchó con todas sus fuerzas para devolverlo al lugar de donde nunca debía haber salido.

En la antigüedad, el castigo más duro no era la muerte sino el destierro.

Vaya nuestro homenaje al pueblo hermano del Paraguay que valientemente, sin rendirse ante amenazas, le dio asilo, le dio amparo, en ese injusto trance, a nuestro querido General.

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