30 de mayo de 1959 : muere Raúl Scalabrini Ortiz

Raúl Scalabrini Ortiz nació en 1898. Su inclinación a la ciencia lo llevó a doctorarse en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Luego viajó a Europa en donde publicó ensayos en importantes periódicos como Le Monde de Francia.
En 1931 su libro “El hombre que está solo y espera” ya marcó una línea en el pensamiento nacional.
Fundó la revista “Señales” en la que publicaba sus estudios sobre economía y también integró el grupo inicial de FORJA.
Scalabrini mantiene una nutrida correspondencia con el general Perón a partir de 1955, cuando el General permanece en el exilio. Perón, en una de sus cartas, le dice : “…no soy yo, con una carta, quien lo hace entrar en la Historia, sino su obra incansable, su vocación patriótica y su sacrificada trayectoria. Nosotros siempre lo consideramos de los nuestros y cada una de sus líneas es un aporte al movimiento peronista que valoramos debidamente y apreciamos como parte de nuestro acervo. Usted ejerce una jefatura espiritual innegable.”
Entre sus obras, encontramos : “Política Británica en el Río de la Plata : las dos políticas, la visible y la invisible”, “Petróleo e imperialismo”, “Historia del Ferrocarril Central de Córdoba”, “Yrigoyen y Perón, identidad de una línea histórica de reivindicaciones populares” y “Perspectivas para una esperanza”.

Los peronistas siempre estaremos agradecidos a la crónica de Scalabrini Ortiz sobre el 17 de octubre y hoy, en el aniversario de su fallecimiento, queremos recordarlo con sus propias palabras :
“Pero en la mañana del 17 de octubre, comienza a oírse aquí y allá un rumor que se agiganta   y una vibración inusitada que pone en tensión a la Argentina. El pueblo entero se está volcando sobre la Plaza de Mayo. Desde todos los rincones los trabajadores se movilizan exigiendo la libertad de Perón. Todos convergen hacia el centro de Buenos 
Aires. El sol caía a plomo sobre la Plaza de Mayo cuando las primeras columnas  de obreros comenzaron a llegar. Venían con su traje de fajina porque acudían directamente de sus fábricas y talleres. Frente a mis ojos  desfilaban rostros atezados, brazos membrudos, torsos fornidos, con las greñas al aire y las vestiduras escasas cubiertas de pringues, de restos de brea, grasas y aceites. Llegaban cantando y vociferando, unidos en la impetración de un solo nombre : Perón…Un pujante palpitar sacudía la entraña de la ciudad. Un hálito áspero  crecía en densas vaharadas, mientras las multitudes continuaban llegando.
Venían de las usinas de Puerto Nuevo, de los talleres de Chacarita y Villa Crespo, de las manufacturas de San Martín y Vicente López, de las fundiciones y acerías del Riachuelo, de las hilanderías de Barracas.
Brotaban de los pantanos de Gerli y Avellaneda, descendían de las Lomas de Zamora…Era el subsuelo de la patria sublevado. Era el cimiento básico de la Nación que asomaba por primera vez en su tosca desnudez original, como asoman las épocas pretéritas de la tierra  en la conmoción del terremoto. Era es sustrato de nuestra idiosincracia  y de nuestras posibilidades colectivas allí presentes, en su primordialidad sin recatos y sin disimulos. Era el de nadie y el sin nada, en una multiplicidad casi infinita de gamas y matices 
humanos…Éramos briznas en la multitud  y el alma de todos nos redimía. Presentía que la historia estaba pasando junto a nosotros  y nos acariciaba suavemente  como la brisa fresca del río.. Lo que yo había soñado e intuído durante muchos años estaba allí presente, corpóreo, tenso, multifacetado pero único en el espíritu  conjunto. Eran los hombres que están solos y esperan que iniciaban sus tareas de reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo. Por inusitado ensalmo, junto a mi, yo mismo dentro, encarnado en una muchedumbre clamorosa de varios cientos de miles de almas conglomeradas en un solo ser unívoco, aislado en sí mismo, rodeado por la animadversión de los soberbios de la fortuna, del poder y del saber, enriquecido por las delegaciones impalpables del trabajo de las selvas, de los cañaverales y de las praderas…Traduciendo en la firme línea de su voz conjunta su voluntad de grandeza, consumiendo en la misma llama los cansancios y los desalientos personales, el espíritu de la tierra se erguía vibrando sobre la plaza de nuestras libertades, pleno en la confirmación de su existencia…”

LORENZO PEPE
Diputado de la Nación (m.c.)
Secretario General

 

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