26 de julio de 1952 Evita entraba en la inmortalidad

“…mucha gente tiene en su vida grandes amores o grandes vocaciones pero, cuando se acerca el momento de la muerte, esos amores se apagan. Y es lógico, pues predomina el instinto de conservación y se repliegan sobre sí mismos. Ella, en cambio, murió expandida sobre los niños, sobre la gente, sobre los “cabecitas negras”, demostrando, a mi juicio, una vez más, la autenticidad de su pasión.”(Dr. Jorge Taiana)

 

A pocos días de las elecciones presidenciales, Evita fue operada en el Policlínico Presidente Perón de Avellaneda y los médicos dijeron que había que esperar seis meses para saber si la paciente sobreviviría, recomendándole descanso.
Perón, según sus propias palabras, trataba de cuidarla pero sin éxito:
 “En una oportunidad en que la reprendí muy severamente, me respondió: “Sé que estoy muy enferma y sé también que no me salvaré, pero pienso que hay cosas más importantes que mi propia vida y si no las realizase, me parecería no dar cumplimiento a mi destino”.

El 4 de junio de 1952, el general Perón asumió la Presidencia por segunda vez y Evita, en su afán por presentarse parada ante su pueblo,  pidió que la ataran a un soporte, disimulado bajo su tapado, porque sabía que no podía soportar el trayecto de pie. Al final del día, agotada pero feliz,  comentaba ilusionada:
“¡Qué lindo es el pueblo! Creo que voy a tener que volver a la Secretaría. Al principio atenderé tres horas por día…Sí, tengo que volver…”.

El sábado 26 de julio hacía frío y llovía cuando se informó por la cadena de radiodifusión:
Cumple la Subsecretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la señora Eva Perón, Jefa espiritual de la Nación. Los restos de la señora Eva Perón serán conducidos mañana al Ministerio de Trabajo y Previsión en donde se instalará la capilla ardiente.”

Una muchedumbre desconsolada comenzó a acercarse para despedirla. Se formaban en colas que llegaban a cubrir 35 cuadras, con paraguas, silenciosos, los que tanto habían rezado por su salud, madres con sus hijos, ancianos, curtidos trabajadores, todos llorando, querían besarla por última vez.

El cuerpo de Evita fue trasladado a la CGT y allí permaneció hasta diciembre de 1955 cuando un grupo comando, por orden del Presidente de facto, secuestró el cadáver del que no se supo nada por 16 años.
El gobierno fusilador de Aramburu, no conforme con arrastrar su cuerpo por el mundo, lo enterró en el cementerio de Milán, Italia, bajo un nombre falso: María Maggi de Magistris. Creían que alejándola de su pueblo, sería olvidada. Nada más lejos de la realidad. El clamor por tremenda infamia cada vez era mayor.

El golpe de Estado de septiembre de 1955 no se detuvo ante la Fundación Ayuda Social María Eva Duarte de Perón que tanto bien había derramado sobre los más necesitados: quemaron en inmensas fogatas libros, folletos, sábanas, mantas, muebles, frascos de vacunas porque tenían el escudo de la Institución. Destruyeron las estatuas que estaban en el frente del edificio (una de ellas, encontrada al fondear el Río de la Plata, está actualmente en el jardín de la querida Quinta 17 de Octubre de San Vicente) saquearon sus depósitos y transfirieron sus fondos.

También robaron de la Residencia Presidencial sus vestidos, sombreros y zapatos después de exhibirlos y los subastaron en diciembre de 1956.
Robaron sus joyas.       El decreto 4161 prohibió decir su nombre.

La devolución de su cuerpo, secuestrado y escondido, fue la bandera de lucha, la exigencia permanente de Perón, de sus familiares, del movimiento obrero y de los jóvenes.

El 2 de septiembre de 1971, una nueva dictadura, la de Alejandro A. Lanusse, entregó el féretro al general Perón en Puerta de Hierro, en Madrid.  Finalmente, Evita recién volvió a la Patria el 17 de noviembre de 1974. El General ya había muerto.

El 22 de octubre de 1976, a seis meses del golpe, la Dictadura de Videla hizo entrega del cuerpo de Evita a sus familiares que lo llevaron a la bóveda de la familia Duarte, en el cementerio de la Recoleta.

Recordémosla a través de sus palabras:

Yo no quise ni quiero más para mí. Mi gloria es y será 
siempre el escudo de Perón y la bandera de mi pueblo, 
y aunque deje jirones de mi vida, yo sé que ustedes
 recogerán mi nombre y lo llevarán como bandera a la
victoria”

A 62 años de su muerte, la recordamos con agradecimiento y con amor y queremos celebrar su gloriosa vida.

 

LORENZO A. PEPE
Diputado de la Nación (m.c)
Secretario General
Ad-Honorem

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